El 14 abril de 1946, aconteció un hecho extraño que muchas personas catalogan de milagroso. El Cristo no contaba aún con un retablo propio, estaba sobre una mesa a un metro del suelo y, cuando los niños Florentino Moreno y Martín Espinosa se acercaron a rezarle, vieron como en la cara del Cristo se deslizaban unas lágrimas que caían sobre el entarimado. Asustados, avisaron al sacerdote y al mayordomo de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús de Nazareno que también observaron el fenómeno. Cuando se corrió la voz, acudieron todos los vecinos del pueblo, y en días sucesivos los vecinos de los pueblos de alrededores.