En los montes y linderos donde el hombre convive con la naturaleza desde hace siglos, la caza del zorro con perros de madriguera sigue siendo una disciplina de precisión y conocimiento del campo. No hay espectáculo ni exceso: solo trabajo, coordinación y respeto. El cazador observa, escucha y espera. Los perros, criados para enfrentarse al laberinto subterráneo, descienden con decisión, guiados por el olfato y la experiencia. Su cometido no es destruir, sino sacar al zorro a campo abierto, donde la destreza y la velocidad dictan el desenlace.
El zorro es un adversario inteligente. Conoce cada escape, cada piedra y cada raíz que puede servirle de refugio. Por eso, esta modalidad exige planificación, lectura del terreno y un conocimiento exacto de las querencias del animal. Los perros de madriguera-terriers o teckels, según el terreno― trabajan con una mezcla de instinto y adiestramiento, comunicándose con su dueño mediante ladridos y silencios que indican la posición de la presa. No hay azar: cada movimiento responde a una estrategia que combina experiencia, técnica y control.
Para el cazador, esta práctica no es una cuestión de trofeos, sino de equilibrio. El zorro es pieza astuta, y su gestión forma parte de la conservación del ecosistema rural. La caza con perros de madriguera mantiene viva una forma de entender el monte donde el hombre, el perro y la fauna comparten un mismo escenario y unas mismas reglas. Es la herencia de generaciones que aprendieron a leer la tierra, a interpretar el viento y a actuar con precisión allí donde el instinto y la técnica se confunden.