Badajoz es una ciudad de contradicciones, como cualquier otra.
Una parte de su sustancia histórica y patrimonial, esa que narran las agrietadas torres, las ermitas caídas y los puentes rotos, yace en forma de monumentos en serio riesgo de desaparición, clamando por auxilio en la Lista Roja de Hispania Nostra. Un patrimonio de conciencia, que sirvió, y mucho, a Badajoz a lo largo de su difícil periplo histórico.
Poco a poco desaparecen como si no fueran de nadie cuando son de todos, reflejos de una ciudad que no ha podido evitar los conflictos, cuyos testigos reclaman ser parte de su naturaleza.
Ruinas que permanecen, dejando que el tiempo les pase por encima, como si creyeran que todavía tienen algo que decir. Sus defensores, que también los tienen, ven en ellos posibilidades, evidencias y símbolos.