A pocos kilómetros de la frontera con Portugal, se extiende una joya natural y cultural de gran importancia para la comarca: los Baldíos de Alburquerque. Una amplia dehesa comunal, con más de 7.500 hectáreas de encinas, alcornoques y pastos, que representa siglos de historia, tradición y economía local.
Los Baldíos tienen raíces medievales. Ya en el siglo XV se documenta cómo estas tierras comunales eran entregadas al pueblo, constituyendo un espacio de aprovechamiento colectivo. Durante generaciones, los vecinos de Alburquerque han compartido sus frutos —principalmente bellotas— y el pastoreo del ganado, al tiempo que cultivaban parcelas destinadas a la agricultura.
Con el paso del tiempo, la gestión de la dehesa se ha regulado para asegurar su sostenibilidad. En la actualidad, los bienes y derechos sobre los Baldíos están unificados bajo el dominio municipal, garantizando un aprovechamiento equilibrado entre tradición y desarrollo local.
La dehesa de Alburquerque es un ejemplo perfecto del ecosistema típico extremeño: encinas y alcornoques dispersos sobre un piso mediterráneo lleno de jaras, escobas y retamas. Más que un paisaje, es un espacio económico: el ganado pasta libremente, los productos de la tierra alimentan la gastronomía local y aseguran la mejor de las calidades.Una gestión sostenible que permite mantener vivo un ecosistema que ha definido la vida en la comarca durante siglos.
Los Baldíos son patrimonio vivo. Cada año, la recogida de bellotas sigue siendo un ritual que une historia y comunidad, y que muestra la importancia de este espacio en la identidad de Alburquerque.