12 Mayo 2021, 17:10
Actualizado 12 Mayo 2021, 17:10

En verano del año pasado nos hacíamos eco aquí de los 38ºC que se midieron en el Círculo Polar Ártico, en la localidad de siberiana de Verkhoyansk. Esa cifra era colofón a un semestre marcado por el calor, los incendios y el hundimiento del permafrost, como veremos más adelante.

Durante la primera mitad de 2020, en la zona de Siberia se presentó una anomalía de temperatura de 5,3ºC, por encima del promedio 1951-1980, siendo el mes de enero el que más se salió de la media. El 20 de junio se alcanzaron los 38ºC, dato que valió la Organización Meteorológica Mundial el día 30 de ese mes.

Para estimar las dimensiones de este episodio, un equipo de científicos liderado por Andrew Ciavarella, del Met Office (la Aemet británica), ha estudiado el fenómeno usando modelos de alta resolución y métodos matemáticos y estadísticos. Y no dudan en atribuir el excepcional episodio de calor del Ártico a la mano del Hombre, puesto que las probabilidades de que se hubiese dado de forma natural son, prácticamente, nulas. 

Además, han observado que ha aumentado drásticamente la probabilidad de ocurrencia y la magnitud de este tipo de eventos en los últimos años y se desvía por completo de la variabilidad natural del clima. 

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Zona de estudio y evolución de las temperaturas en el primer semestre de 2020.

A esta situación de calor hay que añadir los incendios forestales que arrasaron 20.500km2 y emitieron a la atmósfera 56 megatoneladas de CO2, más que las emisiones de algunos países como Suiza. La expulsión de estos humos provocó problemas en la salud y una notable disminución del permafrost. Sobre este último aspecto, recordaremos el hundimiento de aquel tanque de combustible que precipitó a un río 150.000 barriles de diesel cerca de la ciudad de Norilsk.

Las altas temperaturas en Siberia entre enero y abril se asociaron con un centro de bajas presiones semipermanente que se extendía hasta el sur. Favorecía, por tanto, el ambiente suave debido a la presencia de la nubosidad e impedía que las noches fuesen frías pese a la presencia de la nieve. A esta circunstancia hay que añadir la entrada de vientos cálidos y húmedos del sur, potenciando el fenómeno. 

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Evolución histórica de la anomalía de temperatura y de la temperatura máxima correspondiente al mes de junio en Verkhoyansk.

Sin embargo, el patrón cambió en mayo y junio. Con la llegada del verano boreal, aumentaron las horas de luz, llegando al máximo de las 24 horas y empezaron a dominar las altas presiones lo cual se tradujo en un aumento notable de las temperaturas, ayudado, además, por el deshielo ya que el suelo desnudo favorece más las altas temperaturas al absorber mayor radiación solar. 

Para determinar hasta qué punto tuvo que ver el Hombre este episodio, Ciavarella y sus colegas han procedido de esta manera: han analizado mediante el método de tendencias observacionales los datos de temperatura máxima de los meses de junio en Verkhoyansk, cuyas observaciones arrancaron en 1869, y han aplicado test estadísticos de fenómenos extremos para ver con qué frecuencia se dan estos registros, lo cual da una idea de su extrañeza. 

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Análisis estadístico de la extrañeza del fenómeno, comparando el escenario de 1900 (en azul) y el de 2020 (en rojo)

Los resultados han sido concluyentes. De haberse producido de forma natural, las temperaturas hubieran estado entorno a 2ºC más bajas, con un periodo de retorno de 130 años, es decir, que cada 130 años hay una alta probabilidad (por lo general, superior al 90%) que se pueda dar un fenómeno así. Sin embargo, con la influencia humana, las posibilidades se han multiplicado por 500 y para 2050 se espera un periodo cálido regional de este tipo en el primer semestre con registros que pudiesen llegar a 5ºC más cálidos.  

Si bien las olas de calor intensas se encuentran entre los desastres naturales más mortales a los que se enfrenta la humanidad en la actualidad, los episodios de calor prolongados por encima del promedio pueden inducir cambios ambientales a largo plazo. La frecuencia e intensidad de estos episodios de calor están aumentando a nivel mundial, y aún más en Siberia, donde la situación es complicada dada su vulnerabilidad ya que es una región que se calienta mucho más rápido, sobre todo en invierno. Además, el medio ambiente siberiano es particularmente sensible al calor prolongado por encima de la media. Las olas de calor prolongadas impactan claramente en los ecosistemas locales, provocando, por ejemplo, incendios forestales.

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https://link.springer.com/article/10.1007/s10584-021-03052-w#Sec8

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