18 Abril 2022, 17:51
Actualizado 18 Abril 2022, 19:40

Se llama José Miguel González Domínguez, es emeritense, y su nombre debería abrir todos los informativos de este país dado los resultados de las investigaciones que lidera o de las que forma parte gracias a su especialidad en nanotecnología que le ha llevado a trabajar en Aragón y otras partes del Mundo hasta afianzarse en Zaragoza tras opositar hasta en seis ocasiones en el CSIC.

Este científico, que de pequeño se emocionaba con Carl Sagan, Ayn Rand y Félix Rodríguez de la Fuente y la pasión con la que narraban sus trabajos e ideas, se encarga ahora de transmitir con esa misma pasión y entrega todos sus conocimientos sobre ciencia e investigación a la sociedad en general, pero con especial interés a “los diamantes en bruto”, que es como denomina a los jóvenes apartados por el sistema a nivel educativo.

“Están en un rincón de clase, apartados, y ahí voy yo a sacar ese diamante que llevan”. Gracias a su iniciativa “Incluciencia”, trata de generar esa pasión y ganas de estudiar a colectivos adolescentes desfavorecidos. 

Especializado en la química de nanomateriales de carbono, José Miguel se encuentra inmerso en la actualidad en tres grandes líneas de actuación dentro del sector de la energía, la salud y la conservación del patrimonio histórico, todos ellos desde la vertiente química. Los mismos nanomateriales, pero procesados y aplicados de distinta forma, pueden aportar avances en campos muy diferentes, y esa es la clave de su especialidad científica.

Su investigación consigue un efecto 170 veces más potente que la quimioterapia convencional aplicando una dosis 10 veces inferior a la habitual en este tipo de fármacos

Una de estas investigaciones, que lidera él mismo, es la que trata de aplicar nanopartículas de carbono al tratamiento del cáncer de colon para acabar con la enfermedad sin que eso afecte al resto de células sanas. La investigación se encuentra en fase inicial, pero los resultados obtenidos hasta ahora son tan ilusionantes como sobrecogedores, pues los análisis realizados hasta la fecha sobre cultivos in vitro desvelan que el uso de estos materiales consigue un efecto 170 veces más potente que la quimioterapia convencional aplicando una dosis 10 veces inferior a la habitual en  este tipo de fármacos. 

“La quimioterapia es química que no selecciona o distingue entre células buenas y malas, mientras que con estos nanomateriales de carbono la dosis requerida es mucho menor y encima es selectiva” explica a Canal Extremadura entre la humildad y la responsabilidad que conllevan sus palabras. 

Su investigación, en la que colabora con dos eminencias, la especialista en fisiología intestinal aragonesa Laura Grasa, y el biólogo manchego Javier Frontiñán, ha sido publicada ya en dos “papers” científicos y, aunque es un proceso largo al que aún le quedan muchos años, “de momento la cosa va sobre ruedas”.  

José Miguel es consciente de que este tipo de investigación es complicada porque no se trata de un simple fármaco que se puede disolver o expulsar. “Un material no lo disuelves y, aunque todo está dando sus frutos, las agencias que regulan estos procedimientos tardan siglos porque tienen que crear métricas y protocolos específicos” apunta. 

Este año se realizarán nuevos experimentos para continuar adelante con una investigación que se anuncia tediosa, larga y dura, pero que José Miguel y sus colaboradores realizan con los pies en la tierra y con la certeza de que todo lo que se consiga avanzar en este campo, por poco que sea, será suficiente para que otros científicos puedan lograr el objetivo final: curar el cáncer de colon. 

Su trabajo, fuente de ilusión 

El trabajo de José Miguel puede pasar desapercibido salvo para un grupo determinado de personas interesadas en su materia y para otras tantas afectadas por una enfermedad como el cáncer de colon, a la que él aporta su conocimiento para tratar de acabar con ella. 

Sin embargo, el científico extremeño resalta que su trabajo, hasta el momento, se desarrolla in vitro en un laboratorio experimentando con células y que para poder llegar a aplicarlo en personas pueden quedar entre 15 o 20 años perfectamente. 

“Lo que yo investigue servirá para otros investigadores avancen en la misma dirección, aunque, si se llevan el mérito, me da igual, porque lo que quiero es servir para ayudar a otros"

“Lo que yo investigue servirá para otros investigadores avancen en la misma dirección, aunque, si se llevan el mérito, me da igual, porque lo que quiero es servir para ayudar a otros. El protagonismo no me preocupa” asevera. 

"La ciencia no es un gasto, es una inversión"

El gran problema de la ciencia es la investigación y José Miguel sabe bien qué supone, pues este químico extremeño ha llegado incluso a trabajar gratis, sin cobrar un sueldo, solo con el objetivo de asegurar la continuidad de sus experimentos e investigaciones para no tener que tirar por tierra años de trabajo. Algo que desaconseja a toda persona en su situación, pero que entiende que a veces por desesperación se llega a hacer sin que el sistema haga nada por evitarlo. 

“Somos las víctimas y sufridores del sistema. La inversión es baja y el poco presupuesto destinado a ciencia no se llega a ejecutar por las trabas burocráticas”. 

“Si no me llego a sacar la plaza que tengo en estos momentos en el Instituto de Carboquímica de Zaragoza, en plena pandemia hubiese tirado la toalla y me estaría dedicando hoy en día a otra cosa” confiesa durante la entrevista con Canal Extremadura. 

La situación que atraviesa el mundo de la ciencia no es fácil, reconoce, hasta el punto de subrayar que la salud mental de estos profesionales está resentida por la precariedad que les lastra. “Somos las víctimas y sufridores del sistema. La inversión es baja y el poco presupuesto destinado a ciencia no se llega a ejecutar por las trabas burocráticas”. 

Ciencia para conservar el patrimonio

Los grandes monumentos que se conservan en cualquier rincón del mundo se enfrentan a un problema común cuya solución puede estar en buena parte en manos de José Miguel y la gente que trabaja codo con codo con él en la Universidad de León: el paso del tiempo y la conservación. 

Gracias a la aplicación del óxido de grafeno en unas determinadas condiciones ha conseguido casi detener el tiempo en determinados tipos de piedra a los que los agentes meteorológicos provoca un gran daño, como la lluvia o los cambios de temperatura. Su investigación usa este tipo de nanopartículas para crear una especie de capa protectora que, además, permite conservar la apariencia original de los monumentos tal y como han demostrado en León con la característica piedra caliza de Boñar, muy débil ante los agentes climáticos. 

Gracias a este trabajo se ha conseguido proteger el patrimonio sin alterar su estética, uno de los grandes retos de los trabajos de conservación en grandes monumentos hasta el punto de patentar a nivel internacional su aplicación y despertar el interés de diferentes empresas. “Ya hemos hablado con el Deán y el arquitecto conservador de la Catedral de León, y estamos a la espera de la confirmación del Cabildo, para empezar con pruebas in situ porque se ha demostrado en tiempo récord que funciona y protege”. 

Se ha conseguido proteger el patrimonio sin alterar su estética, uno de los grandes retos de los trabajos de conservación en grandes monumentos

Ahora trata de trasladar el éxito de esta investigación, que surgió en una barbacoa con amigos junto a la profesora de la Universidad de León María Fernández Raga, a otros materiales como el hormigón para evitar que el paso del tiempo pase factura también a otro tipo de edificaciones más actuales. Ambos dirigen un proyecto nacional financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación, con el objetivo de proporcionar protección nanotecnológica al patrimonio histórico del modo más sostenible y eficaz posible. 

Hidrógeno, lo que está por llegar 

La tercera línea de investigación en la que José Miguel se encuentra inmerso es en la obtención de hidrógeno como fuente de energía verde y circular, un objetivo que allá por los años 2.000 despertó el interés en la comunidad científica y en los tiempos que corren, ante la actual crisis energética y climática, se ha vuelto a poner de moda.

“Es un combustible perfecto porque se encuentra en el agua, y nuestro planeta es un 75% agua. Si lo sacas del agua y lo rompes, lo puedes quemar para obtener energía y de nuevo agua, consiguiendo establecer una economía circular perfecta en la que el planeta no sufre, siempre y cuando todos los materiales y energías implicadas sean sostenibles y renovables”.

Para llevar a cabo este procedimiento habría que recurrir a un proceso denominado fotoelectrocatálisis en el que se combinaría luz y electricidad para conseguir el hidrógeno como fuente de energía a partir del agua. Es aquí donde entra en juego el equipo del que forma parte José Miguel al conseguir que los dispositivos encargados de generar esta reacción “sean más asequibles y respetuosos con el medio ambiente”. Las investigaciones en este campo están también siendo financiadas a nivel nacional por el Ministerio de Ciencia e Innovación, proyecto liderado por el profesor Wolfgang Maser y la doctora Ana Benito. 

“Estamos habilitando una tecnología de un modo que hace unos años era impensable” 

En el Grupo de Nanoestructuras de Carbono y Nanotecnología (G-CNN) del Instituto de Carboquímica de Zaragoza,  están en el proceso de patentar los materiales que permitan crear componentes específicos y ejecutar este proceso de manera exitosa, que ya ha despertado el interés de diferentes empresas especializadas en probar las formulaciones con las que trabajan.