El emperador Adriano fue 'laureado' anoche en el imperio del Festival de Mérida. Su estreno ha generado mucha expectación, sobre todo, para el público que había leído la novela de Marguerite Yourcenar 'Memorias de Adriano'. Todos han coincidido en destacar la gran interpretación de Lluís Homar, solo él con texto, y se han sorprendido con esta propuesta contemporánea, muy fiel al libro.
Como ya describiera Yourcenar, se viaja por la vida y la muerte del emperador. El final de su reinado es el principio de la obra, la consulta de Hermógenes. "Os evito la descripción del cuerpo de un hombre que envejece y se prepara a morir de una hidropesía del corazón... Moriré en Tibur, en Roma, y una crisis de asfixia se encargará de la tarea", recita un frágil Adriano.
Su epitafio pequeña alma, blanda y errante, en latín, maquilla la escena, y como se refleja en la novela, hace un largo repaso por sus logros militares, su sabiduría y sus pasiones: la filosofía, la belleza, la cultura y sobre todo el griego.
"Siempre agradeceré a mi tutor Atiano que me llevara a Atenas y que me hiciera estudiar el griego a temprana edad", relata.
La puesta en escena es contemporánea con asesores más propios de nuestros días, platós televisión, cámaras, micrófonos. No tienen texto, pero dan sentido a cada escena y acompañan al emperador a preparar su gran discurso de la nación, con el que nombrará a un nuevo sucesor. Lluís Homar lo defiende durante un gran monólogo en el que expresa que "ha querido que a todos llegara la inmensa majestad de la paz romana".
Se ha preocupado por el viajero más humilde, por los funcionarios de Estado, por los soldados, por los filósofos, por los jóvenes, por las mujeres, por los esclavos, las rutas comerciales y así le pide a su sucesor que prosiga con su legado.
"Querido Marco: cuento contigo para que este estado de cosas continúe después de mi muerte"
Uno de los momentos más bellos de este montaje es cuando se enamora del joven Antínoo. En una fuente, el emperador se encuentra con el joven y empieza el cortejo. La danza contemporánea de Álvar Nahuel, encargado también de la coreografía del espectáculo, convierte en poesía los sentimientos de un emperador que en ese momento se sentía dios por las proezas que había conseguido. Se ve la parte más humana del dirigente.