Pablo y Lucas son dos de la treintena de niños extremeños con espina bífida. Pablo tiene siete años; Lucas, dos y medio.
"Nos enteramos a los siete meses y medio de embarazo y por casualidad", nos cuenta su madre, Mar: "Y gracias a Dios, porque si no hubiesen tardado más hubiera sido demasiado tarde y hoy estaría en silla de ruedas".
No fue el caso de Lucas. A él se lo detectaron nada más nacer. "Su linfoma no era lo suficientemente grande para percibirlo en las pruebas del embarazo", explica Ainhoa, su madre.
La espina bífida es la segunda causa de discapacidad física en la infancia después de la discapacidad cerebral. Se trata de una malformación congénita que, en función del tipo y nivel medular en el que se encuentra la lesión, repercute de manera distinta a la función motora e independencia física de la persona.
Pablo, por ejemplo, no controla sus esfínteres y Lucas tiene vejiga neurógena, con la consecuente falta de control de la orina. Patologías que, sin embargo, no le impiden vivir con todas la energía e ilusión de los niños que son.