Alcuéscar
28 Abril 2021, 20:00
Actualizado 6 Febrero 2023, 12:18

“Es un lugar santo”, comenta Juan Rosco refiriéndose al punto donde se levanta Santa Lucía del Trampal.  El recordado investigador y su compañera Luisa Téllez fueron los artífices de impulsar la restauración y estudio de este magnífico tesoro, situado en la dehesa de Alcuéscar. Se lo encontraron abandonado y cubierto de vegetación. Lo rescataron de la ruina y de su práctica desaparición.

Este enclave entre el Tajo y el Guadiana, entre alcornoques y encinas, ya era considerado mágico por los pueblos prerromanos, vetones y lusitanos. Era un espacio de culto dedicado a la diosa Ataecina, la diosa de la regeneración de la naturaleza.  El arqueólogo Víctor Gibello lo define como “el ombligo de nuestra tierra”. “Tuvo tanta influencia que todo el espacio desde este templo a Mérida era un gran bosque sagrado”.

Después los romanos conquistaron el territorio y también observaron lo sagrado del lugar. La diosa Ataecina, simbolizada con una cabra, se convirtió en Proserpina para los romanos. Cuando se descubrió el templo empezó siendo considerado una joya visigoda, aunque estudios más recientes lo sitúan en la época mozárabe. El debate entre investigadores permanece abierto. Lo que no tiene discusión es su valor e importancia: la Basílica está declarada Bien de Interés Cultural en la categoría de Monumento.

"Es una obligación tenerlos en la memoria"

“Está dividida en tres partes: la parte del pueblo, la de los clérigos y el lugar santo: los altares. Y nos llama mucho la atención el número de columnas. Son doce. Lógicamente, la evidencia nos dice que son los apóstoles a los que también llaman los pilares de la Tierra”, comenta Juan Rosco en esta grabación de 2002 del programa El Lince con Botas de Canal Extremadura.

Los materiales para la construcción de Santa Lucía del Trampal están reciclados de otros edificios romanos o prerromanos. Y la zona también cuenta con unos “manantiales interesantes” ya canalizados y que probablemente “sea el origen de todo este emplazamiento”, según el investigador.

Juan Rosco falleció en 2017, pero su huella permanece. “Tenemos que honrar su memoria. Juan y Luisa fueron los descubridores de este lugar para todos nosotros. Si ahora podemos estar disfrutándolo es porque ellos hicieron ese esfuerzo de reconocimiento de este lugar y es una obligación de todos tenerlos en nuestra memoria”, concluye Gibello.

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