En pleno casco histórico de Badajoz, en la plaza de la Soledad, se alza un edificio cargado de historia y memoria colectiva: Las Tres Campanas. Su origen se remonta a 1899, cuando el empresario local Luis Ramallo Figueredo encargó su construcción como almacén de telas. El arquitecto y maestro de obras — Curro Franco y Adel Pinna, respectivamente — dieron forma a lo que pronto sería un referente comercial.
Con el paso del tiempo, el inmueble evolucionó: de almacén de tejidos pasó a grandes almacenes, hasta convertirse en la célebre juguetería “Las Tres Campanas”, un lugar cargado de nostalgia donde generaciones de pacenses vivieron su infancia soñando entre juguetes.
La historia del edificio estuvo marcada por el desastre: un incendio devastador en diciembre de 1911 que destruyó gran parte del inmueble.
Entre 1916 y 1921, bajo el nuevo proyecto del ingeniero — identificado también como Francisco “Curro” Franco Pineda — y con la dirección de obras de Adel Pinna, se reconstruyó casi desde los cimientos. Fue entonces cuando se instaló lo que sería el primer ascensor de Extremadura — un montacargas con cinco paradas — un avance tecnológico que convirtió al edificio en un hito moderno para su época. Este renacimiento devolvió al inmueble su esplendor, respetando su arquitectura y dotándolo de una estructura sofisticada: fachadas de corte decimonónico, interiores de madera y hierro, artesonados, escaleras, suelos de época, decoraciones detallistas… Un ejemplo de ese comercio urbano señorial que marcó una época en Badajoz
Durante décadas, Las Tres Campanas fue sinónimo de ilusión infantil. Sus escaparates mostraban los primeros Scalextric que vieron muchos en Badajoz, juguetes colgando del techo, escaleras repletas de cajas y vitrinas… Fue un lugar de paso obligado para muchas familias.
Pero esa era de esplendor decayó: la juguetería cerró sus puertas en 2003. El edificio pasó entonces a manos de una entidad bancaria — la Caja Rural de Extremadura — que planeó convertirlo en su sede.aunque finalmente nunca lo hizo
Durante años quedó en un limbo de abandono — ocasionalmente reabierto para eventos puntuales como la “Noche en Blanco” — pero sin recuperar su antiguo esplendor.
En 2007 la Familia Guerrero adquirió el edificio con la intención de devolverle vida. Tras muchos años de proyecto, permisos, retos técnicos y cariño por el patrimonio, comenzó una rehabilitación profunda. Una obra meticulosa destinada a conservar al máximo los elementos originales: escaleras, suelos, artesonados, estructuras en hierro y madera, la gran claraboya, los antiguos ascensores — aunque sin ponerlos en servicio — e incluso la maquinaria del reloj histórico con sus célebres “tres campanas”. El edificio histórico se conectó con un edificio contiguo (donde había antiguamente almacén) para albergar un hotel boutique: 15 habitaciones distribuidas en varias alturas, y espacios sociales: cafetería‑cervecería, restaurante, salones de eventos, zona de copas y una terraza chill‑out con piscina, que aprovecha la azotea y ofrece unas vistas privilegiadas.
En abril de 2024 el establecimiento abrió sus puertas oficialmente rescatando una parte de la historia y la memoria colectiva de los pacenses.