23 Abril 2021, 16:50
Actualizado 23 Abril 2021, 16:50

23 de abril. Día del Libro. Y de un libro en particular os voy a hablar hoy. Del primer libro de Meteorología del que tenemos constancia aquí en Occidente: “Los Meteorológicos” de Aristóteles. Un tratado que estuvo vigente en Europa hasta el Renacimiento. De hecho, se estudiaba este texto en la universidad de Bolonia en 1405 como materia obligatoria.

Fue escrito hacia el 350aC. y está compuesto por cuatro volúmenes, de los cuales el primero trata sobre asuntos astronómicos y los demás, a la Meteorología y otros asuntos como corrientes marinas, terremotos o volcanes. Por cierto, fue este filósofo griego quien bautizó a nuestra ciencia: Meteoros, “alto en el cielo” y lógica “conocimiento, tratado”, en su idioma natal.

En él, el autor da una explicación razonablemente acertada del comportamiento atmosférico teniendo en cuenta que la Ciencia hace 2300 años era puramente descriptiva. Si bien es cierto que también contamos con algunos errores. 

Deja ya claro la existencia del ciclo hidrológico: “Pues el sol, moviéndose como lo hace, provoca procesos de cambio y de transformación y decadencia, y por su acción la más fina y dulce agua es elevada todos los días y disuelta en vapor y llega a las regiones superiores donde se condensa de nuevo con el frío y así retorna a la tierra […] se piensa que el agua sube por el sol y desciende en lluvia y se acumula debajo la tierra y así fluye de un gran embalse”.

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Platón (a la izquierda) dialogando con su discípulo Aristóteles (derecha).

También propone una teoría, bastante cercana a la realidad, sobre la formación de las nubes y de la lluvia: “la lluvia se debe al enfriamiento de una gran cantidad de vapor, para la región a partir del cual y el tiempo durante el cual se recoge el vapor son considerables”. Y que el verdadero origen de las nubes está en el suelo, no en las alturas: “dado que el agua se genera a partir del aire y el aire a partir del agua, ¿por qué nubes se no forman en el aire superior? Deberían formarse allí más, cuanto más lejos de la tierra y más fría es esa región". 

Para los vientos expone una estrecha relación entre ellos y la nubosidad: “Algunos dicen que lo que se llama aire, cuando está en movimiento y fluye, es viento, y que este mismo aire cuando se condensa de nuevo se convierte en nube y agua”. Su origen lo ubica en zonas pantanosas: “En el caso de los vientos, se puede observar que se originan en lugares pantanosos de la tierra; y no parecen soplar por encima del nivel de las más altas montañas”. Inconscientemente describe el mecanismo de formación de las brisas marinas y de valle. Las primeras, ocasionadas por el distinto ritmo de calentamiento/enfriamiento del suelo y del mar; las segundas, por las diferencias de densidades del aire entre los valles y las montañas. 

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Esquema de los vientos en la antigüedad.

Deja entrever el movimiento vertical del aire en las células de convección que originan las tormentas: “Pero siempre que una partícula de aire se vuelve pesada, el calor en ella es exprimido en la región superior y se hunde, y otras partículas en a su vez se llevan a cabo junto con la exhalación ardiente”.

No tiene dudas en afirmar que las nubes están compuestas de agua: “la exhalación de agua es vapor: el aire que se condensa en agua es nube” y que la niebla es, por tanto, un tipo de nube: “la niebla es lo que queda cuando una nube se condensa en agua” y que está vinculada al tiempo estable y que, por lo general, suele desaparecer en cuanto calienta un poco el Sol: “y es, por tanto, más señal de buen tiempo que de lluvia; porque la niebla podría ser llamado nube estéril. Entonces obtenemos un proceso circular que sigue el curso del sol. Porque según se mueva el Sol de un lado o de otro, la humedad en este proceso sube o baja”.  

Sobre el origen de la lluvia y de la llovizna deja vislumbrar que las bajas temperaturas de las capas altas de la atmósfera son las que provocan la condensación del vapor de agua: “Entonces la humedad siempre es elevada por el calor y desciende a la tierra de nuevo cuando hace frío. Estos procesos y, en algunos casos, sus  variedades se distinguen por nombres especiales. Cuando el agua cae en pequeño gotas se llama llovizna; cuando las gotas son más grandes es lluvia”.

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Ejemplar de "Los meteorológicos" de Aristóteles publicado en Venecia en 1560.

Sobre el rocío y la escarcha, señala el descenso de aire frío que facilita la condensación del vapor de agua. Y así es: en las noches serenas de inverno y con el cielo despejado, el aire se enfría rápidamente a ras de suelo dando estos hidrometeoros: “Parte del vapor que se forma durante el día no sube demasiado porque la relación entre el fuego que lo eleva y el agua que se eleva es pequeña. Cuando se enfría y desciende por la noche se le llama rocío y escarcha”. 


La parte 12 aborda el problema del granizo y le llama la atención que, siendo una precipitación sólida, se dé en las estaciones cálidas: “El granizo es hielo y el agua se congela en invierno; sin embargo, ocurren tormentas de granizo principalmente en primavera y otoño y con menos frecuencia a fines del verano” y en lugares cálidos: “en general granizadas ocurren en lugares más cálidos y nieve en lugares más fríos”. Para explicar esta discrepancia, se hace eco de otras teorías que apuntan a las corrientes ascendentes que hoy sabemos que se dan en los cumulonimbos: “La nube es empujada hacia la atmósfera superior, que es más fría porque los reflejos de los rayos del sol y de la tierra cesan allí, y al llegar allí, el agua se congela. Piensan que esto explica por qué las granizadas son más frecuentes en verano y en países cálidos; el calor es mayor y empuja las nubes más arriba de la tierra”.

Por último, Aristóteles aborda el problema de las tormentas. Sobre el trueno dice: “cuando las nubes se contraen y chocan en su rápido curso con las nubes vecinas, y el sonido de este colisión es lo que llamamos trueno […] la variedad del sonido se debe a la irregularidad de las nubes y los huecos que intervienen donde se interrumpe su densidad”. Y sobre este último apunte no va desencaminado ya que los retumbos de los truenos se originan cuando el sonido atraviesa capas de aire de distinta densidad produciendo estos retardos.  

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El origen del relámpago lo establece como consecuencia de exhalaciones de las nubes: “Suele ocurrir que la exhalación que se expulsa esté inflamada y arde con un fuego tenue y tenue: esto es lo que llamamos relámpago” y que primero vemos el relámpago y luego escuchamos el trueno por que la luz viaja más rápida que el sonido: “Eso surge después de la colisión y el trueno, aunque vemos antes porque la vista es más rápida que la audición”.
Sin embargo, para el rayo, Aristóteles no lo tiene del todo claro. No es capaz de establecer su propia teoría y las de sus compañeros filósofos (como Empédocles o Demócrito) las ve inconsistentes.

Este es un breve resumen de esta fascinante obra científica, la primera en estudio de la atmósfera. Fue introducida por los árabes y fue traducida del griego al latín en la Escuela de Traductores de Toledo de la mano del italiano Gerardo de Cremona. Y de nuestro país, al resto del continente europeo.