7 Mayo 2022, 14:40
Actualizado 7 Mayo 2022, 15:01

Alfonso tiene 57 años, es profesor de Filosofía y no ha faltado a ninguno de los festivales WOMAD desde que arrancaron en 1992. Recuerda bien que su llegada supuso una novedad absoluta para Cáceres, una ciudad "que no estaba acostumbrada a ese tipo de espectáculos". Sirvió, asegura, de revulsivo para la libertad. 

Treinta años después y tras dos años cancelado por la pandemia, regresa al centro monumental de Cáceres sin poder ocultar en su rostro la felicidad. Sobre él, la camiseta que el equipo de producción del festival utilizó en su tercera edición.. Desde entonces, siempre le acompaña año tras año.

Alfonso, dirigiéndose al WOMAD con su histórica camiseta
Alfonso, dirigiéndose al WOMAD con su histórica camiseta

Le interceptamos antes de entrar en la plaza de san Jorge. Queremos conocer con él qué es el WOMAD. Y para ayudarnos, nos muestra algunas fotos... entre ellas éstas del primer festival.... "Fue en la plaza de las Veletas, con una  orquesta colombiana maravillosa. Tenían una sección de viento tremenda. Nos pusimos a bailar como locos, no parábamos de bailar", recuerda como si fuera ayer.

Momentos que, dice, todo amante del WOMAD mantiene en su memoria y que añora. Al igual que esta otra foto, movida y sin enfocar por una maravillosa explicación. "Ese fue uno de los momentos más maravillosos de la historia del WOMAD: los tambores de Burundi. Hacía seis meses que no llovía, estábamos pasando una sequía tremenda. De pronto se pusieron a tocar los tambores y vino una nube y se puso a llover... un chaparrón inmenso. La gente, en lugar de que eso les parara, lo que hizo fue acelerarlo todo. Entró la gente como en una situción de trance. Invadimos el escenario, los músicos se volvieron locos", recuerda emocionado.

Primera edición del WOMAD... bajo el agua
Primera edición del WOMAD... bajo el agua

Una locura que le sigue invadiendo aún hoy en día, aunque reconoce que ya no tiene la misma fuerza de 30 años atrás. Le dejamos proseguir el camino. No queremos interrumpirle más. En el trayecto se reencuentra ya con amigos y juntos entran a la plaza de san Jorge. Tras treinta segundos de adaptación, la pasión y el ritmo se apoderan de nuevo de él. Ahí le dejamos, disfrutando, viviendo, amando un festival que, lamenta, no ha conseguido que sus hijos amen por igual.
 

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