23 Julio 2020, 8:27
Actualizado 23 Julio 2020, 09:01

El Festival de Teatro de Mérida ha inaugurado esta noche, en presencia de los reyes y sus hijas, su edición más "heroica", marcada por la pandemia, y lo ha hecho con una versión de la "Antígona" de Sófocles tan libérrima que ha incluido chistes, rap y un debate sobre la justicia social.

Ha sido especial por todo: porque el festival más importante de teatro clásico se ha atrevido a desafiar la pandemia; porque el público ha querido estar y participar de la valentía y de la seguridad que se ha dispuesto -5.000 mascarillas y otras tantas dosis de gel- y porque entre los 1.600 espectadores estaba la familia real.

Al entrar los reyes y sus hijas han sido recibidos con aplausos y vivas de gran parte del público puesto en pie, pero después han empezado a mezclarse con silbidos y "vivas" a la república y ha habido varios minutos de competencia entre quienes defendían ambas posiciones que han cesado después de que un espectador gritara "esto no es política, es teatro".

Las consecuencias de la pandemia han estado también presentes en el montaje teatral, no en el texto pero sí en la escenografía, cubierta al comienzo por plásticos y con la aparición de tres "operarios" con trajes de protección "epi" que han desinfectado la rampa que recorría la arena del Teatro Romano.

Una antígona "diferente y arriesgada"

Su director, el mexicano David Gaitán, prometía que esta "Antígona" sería "diferente y arriesgada", acorde con la que es la edición más extraña y resiliente del festival, en la que las máscaras del teatro clásico se han confrontado con las mascarillas del público.

La obra ha comenzado con Clara Sanchís, en el papel de nueva creación de "Sabiduría", defendiendo la necesidad de debatir la desgraciada historia de Antígona y el castigo mortal que le inflinge Creonte en su empeño de enterrar a su hermano muerto desde una perspectiva "compleja".

"El melodrama se ha instalado en nuestras vidas y los matices están desapareciendo", denuncia.

Sófocles es mucho Sófocles y Gaitán ha querido apartarlo de su pugna con la divinidad para enfrentar al mito de Antígona con la justicia humana desde la contemporaneidad más rabiosa y ha decidido que el peso de la obra recaiga en Creonte -Fernando Cayo- más que en Antígona -Irene Arcos-.

"El melodrama se ha instalado en nuestras vidas y los matices están desapareciendo"

Gaitán explica la historia de Antígona y sus hermanos recurriendo en ocasiones a lo que llama "código de pasado", y que no es otra cosa que instalar un telón sujeto por ellos para que los personajes desarrollen una escena concreta que ayuda a la comprensión de la trama.

Que los extremos no tienen que ser antitéticos, que pueden ampliar y enriquecer la experiencia de estar junto a los otros, es la tesis en la que se apoya una versión que pretende hacer reflexionar al espectador sobre lo estéril que es el encasillamiento, la derecha y la izquierda o el blanco y el negro.

Arcos, que se hizo popular con la serie de televisión "El embarcadero", afronta a una Antígona "valiente, fuerte y hasta terca" mientras que Cayo provoca la carcajada en varias ocasiones en su empeño de ser rey de masas "que no pueden pensar, solo reaccionar".

El montaje, una coproducción del propio Festival emeritense, El Desván Producciones y Teatro Español, incluye un coro de una cincuentena de jóvenes que solo sale al final, entre el público, para gritarle a Creonte que es "un imbécil" y que no quieren su tiranía.

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